lunes, 28 de noviembre de 2011

Las Palabras Duelen



Mientras recorría los últimos kilómetros de costa, para llegar a su destino, admiraba ese mar azul que tantas veces había navegado en su yate, un mar en calma, no como su pensamiento que deambulaba desde la penúltima visita a su ex mujer y sus más queridos hijos.
Aquella pesadilla le surgía cada vez que tenía que enfrentarse a Marina, recordó lo enamorados que se casaron, la ilusión por comprarse la casa, aunque no la disfrutó como le hubiese gustado; esa casa junto al mar que por motivos de trabajo hacían que estuviese casi siempre de viaje, ella se sentía sola durante largas temporadas, pero los encuentros que tenían eran apasionados disfrutaban el uno del otro salían, y educaban a sus hijos.
Se detuvo en un semáforo en rojo; mientras esperaba sé miró al espejo retrovisor, se vio muy mayor a pesar de sus 52 años, muy canoso para su edad, sus grandes ojos negros apagados sin luz, hundidos, este viaje lo hacía cada mes para ver a sus hijos, desde Toledo donde reside desde su separación, ya hacia 2 años.
El claxon de un coche, le saca de sus pensamientos, el semáforo había cambiado estaba en verde, arrancó su BMW negro y siguió conduciendo por la carretera, al mirar por el espejo, le vino a la memoria cuando David y Ana sus pequeños sentados en el coche iban a casa de la abuela paterna, juntos como una familia.
Cuantos momentos anidaban en su mente, como pasa el tiempo, David tenía ocho años y Ana cinco, ella bonita, de cabello negro como su madre, David moreno servicial y decidido como su padre.
Llegó a su destino…Una enorme verja de hierro forjado negra apareció ante él cerrada a cal y canto, bajó el cristal del coche y presionó el telefonillo, la verja se abrió de par en par, arrancó el coche de nuevo y lentamente recorrió los metros que lo separaban de la entrada de la casa, aparcó el coche en el jardín, salió del auto entumecido por el viaje se estiro, abrió la puerta de atrás y cogió la chaqueta que pendía en una percha se arregló la corbata y con paso decidido subió los peldaños de piedra, a su espalda quedó un jardín bien cuidado de arbustos, palmeras, sauces y enredaderas.
Ante un arco de piedra rústica y bajo un farol de colores está Javier, le tiembla la mano pulsa la campanilla y espera impaciente a que Lucía, la asistenta le abra la puerta, entra decidido y temeroso a la vez saluda a la chica con afecto, un holl ante su mirada, suelos de mármol beig y burdeos de brillo sin igual ; frente a la escalera superior de la casa, espera impaciente la llegada de Marina, que bajó con paso arrogante, prepotente decidido, lo saluda indiferente, sarcástica, humillando de forma abusiva, orgullosa y desafiante.
Javier se acerca, hundido, abatido ante tal encuentro. Marina de pie lo mira con desprecio lo insulta y acobarda, Javier aguanta todo, con impotencia y callado.
Un murmullo de gritos por el pasillo lo hace girar, unos niños gritan ¡papá, papá! ¡ por fin has llegado! Javier abre sus brazos para recibir a sus dos hijo, David y Ana, sus ojos se iluminan se llenan de lágrimas de alegría los abraza, los besa solo se escucha el gemido de los niños. Ella pasa indiferente ante él, le dice: recuerda a las doce de la mañana los quiero de vuelta en casa. Se acerca a los niños los besa en la frente y se va.
Javier sale con sus hijos, deseoso de quedarse a solas con ellos, y salir de la casa cuanto antes, los niños recogen sus pequeñas maletas, tienen un fin de semana por delante con su padre, poco tiempo para contarle todo lo que ha sucedido en el mes. Mientras bajaban la escalinata de escaleras para llegar al coche, se preguntó para sí mismo, ¿porqué el juez puso como sentencia solo poder estar con ellos un fin de semana al mes? recordó lo humillado que salió aquel día Marina había ganado la total custodia de los niños.¿ Cuantas humillaciones más tendría que aguantar de esa perversa mujer, en la que se había convertido?.
El fin de semana paso rápido, fueron a una casita rural que había alquilado en la alpujarra granadina, David y Ana encantado con la decisión de su padre, le gustaba la naturaleza, caminar por los bosques, subir montañas, aquel seria el mejor fin de semana. Salían a comer, cenar juntos se divertían, reían, jugaban era el padre más feliz… pero nada es para siempre…
A la mañana siguiente del domingo debía volver a dejar a sus hijos hasta el próximo mes. De vuelta a la casa de la playa los niños no reían en el coche, lloraban pues la partida de su padre era inminente, Javier los miraba y sonriendo les decía que ya mismo llegaría otra vez julio y volverían a estar juntos.
Llegaron a la gran verja negra, se extraño pues estaba abierta, recorrió los metros hasta llegar a la entrada de la casa, dos coches de policía junto a la puerta, Marina apareció de pronto y señalándolo con el dedo empezó a gritarle ¡llegas diez minutos tarde, te lo advertí a las 12 aquí! Jamás volverás a llevarte a mis hijos, eres indeseable, mentiroso, irresponsable, aquí esperando a que llegaras sin saber que había pasado, fue humillante para Javier, ella seguía y seguía insultándole delante de sus hijos y de aquellos policías, los niños lloraban asustados, su madre se los arrebato de la mano a Javier, este no salía de su asombro, callado sin poder decir nada, ella furiosa metió los niños dentro de la casa
Los policías asombrados también se metieron en sus coches y se fueron, su trabajo ya había terminado.
Javier, sin saber realmente a que se debía aquella desagradable situación, se metió en el coche, cabizbajo, llorando frustrado y sin poder haberse despedido de sus hijos.
Insultado, humillado, despreciado, lleno de ira se metió en el coche y cogió rumbo a Toledo.
Todas las palabras emergían en su mente, un cúmulo de insultos resonaban en su cabeza, distraído en su pensamiento, no vio el camión que tenía delante de él, frenó de golpe pero no pudo reaccionar se empotró al camión, sintió un impacto, en su boca quedaron los nombres de sus hijos, y en su despertar vio una luz que lo acogía en su seno.






P.M